El mal sueño de Rodovaldo
Por Ronal Suárez
En la madrugada del 19 de agosto de 1963 Rodovaldo Rivera tuvo un mal sueño, y el despertar no pudo ser peor: desde su humilde vivienda, situada a unos cuatro kilómetros del pueblo de Santa Lucía, podían escucharse perfectamente las detonaciones producidas por proyectiles de artillería y armas ligeras.
No lo pensó dos veces, se tiró de la cama y corrió hasta la cercana casa de su hermano Andrés, ambos tomaron el primer caballo que encontraron a mano y cabalgaron por el enfangado camino directamente hasta la planta eléctrica, desde donde les llegaba el ruido de los disparos.
Hoy, a poco más de 41 años del criminal atentado terrorista fraguado y ejecutado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, los Rivera develan detalles de aquella acción con que se pretendió dejar sin electricidad a todo el territorio y, sobre todo, paralizar el proceso productivo de la Mina de Matahambre.
Al llegar nos dividimos las funciones; Rodovaldo se dedicó a tratar de contener la fuga de combustible que brotaba de los agujereados tanques, y yo me ocupé de preparar la defensa. Los tiros habían cesado, pero no se sabía lo que podría ocurrir. Las únicas armas con que contábamos era una carabina San Cristóbal y una subametralladora, que se utilizaban en la guardia, pero entre las dos no poseían más de 20 balas, expresa Andrés.
Recuerda que ya había situado a los dos milicianos en posiciones estratégicas, cuando otra ráfaga de ametralladora proveniente del mar los obligó a protegerse en un declive del terreno.
Yo les pedí a los compañeros del taller que me hicieran unos tarugos de madera con los cuales fui taponando los orificios de los tanques donde se almacenaba el petróleo; en poco rato lo logramos, y aunque se perdieron más de 12 000 galones, evitamos daños mayores; imagínese, uno solo de esos depósitos tenía capacidad para más de 475 000 galones, dice Rodovaldo
LOS HECHOS
Los agresores llegaron en una balsa con motor fuera de borda, por un canal abierto entre el manglar que servía para refrescar el vapor emanado de la planta. A escasa distancia de la cerca perimetral, en una especie de islote de tierra firme separado por no más de 50 metros de la instalación fabril, emplazaron su poderoso armamento: bazooka, ametralladoras y fusiles automáticos.
Hasta la entrada del canal habían viajado a bordo de una lancha rápida, desprendida a su vez de un barco madre artillado, que se había quedado a cuatro o cinco millas de la costa. Desde la nave comenzó el bombardeo al pueblo, que milagrosamente no causó víctimas, pues los proyectiles pasaban por encima y estallaban en una zona despoblada.
Los momentos de confusión fueron aprovechados por el team infiltrado para desatar una lluvia de plomo sobre la termoeléctrica, que a esa hora era operada por sólo cuatro trabajadores, además del que cubría la guardia.
También averiaron la tubería que conducía el ácido sulfúrico de la planta de Sulfometales hasta el embarcadero.
Pudieron haber ocasionado una masacre, pues si el combustible se incendia y estallan los tanques, además de acabar con la fábrica hubiera puesto en peligro a todas las familias que vivían en esa parte del pueblo, continúa Andrés.
También considera que si el bazucaso que impactó en la escalera y la destruyó hubiera dado 40 ó 50 centímetros más arriba, en el cuadro eléctrico, seguramente mataría a los dos operarios y paralizaría la industria.
DISPUESTOS A ENFRENTAR AL ENEMIGO
A pesar del inminente peligro, el pueblo no se amilanó, los hermanos Rivera recuerdan que casi todos los trabajadores de la planta se presentaron de inmediato en el lugar y, aunque desarmados, se dispusieron a enfrentar al agresor.
Un combatiente ya fallecido que residía a aproximadamente a 250 metros, salió corriendo de su casa hasta la de un sargento del Ejército Rebelde. Este último no estaba allí, pero sí su fusil M-52 dotado de 100 tiros. Lo tomó y llegó hasta el fondo de la planta, desde donde entabló desigual duelo con los atacantes. Como tuvo que refugiarse en una zanja por donde ya en ese momento corría el petróleo derramado, acabó empapado del viscoso líquido.
Otro que estaba de guardia en el embudo donde se volteaba el cobre proveniente de la mina, también les disparó y recibió como respuesta una intensa ráfaga, pero ello bastó para que el enemigo emprendiera la retirada. Habían colocado previamente una hilera de boyas lumínicas al centro del canal, que les servía para orientarse especifica Rodovaldo, y agrega:
En el lugar donde estaban apostados, dejaron una ametralladora Browning, una bazooka, un puñal, una cantimplora y un cargador de fusil M-1. A la salida del canal, lugar en el que se supone abordaron la lancha rápida, se encontró la balsa inutilizada y otra ametralladora.
NO FUE EL ÚNICO
Los Rivera recuerdan que esta no fue la única vez en que desde territorio estadounidense se atentó contra la Mina de Matahambre, y destacan el sabotaje que llevaron a cabo agentes de la CIA, consistente en la colocación de cargas explosivas en el funicular que trasladaba mineral hasta el embarcadero.
Estaban situadas de tal manera que estallarían simultáneamente, una al llegar al embudo donde se volcaba el cobre, y otra en el concentrador. Los que allí laboraban hubieran sido seguras víctimas fatales. Por suerte, el trabajador que se encontraba junto al embudo vio la bomba adosada a uno de los carritos y dio la alarma, lo que permitió detener el funicular unos metros antes de que llegara al punto escogido para la explosión.
Los ejecutores de tan criminal hecho fueron capturados poco después en Malas Aguas, por campesinos del lugar. En cambio los autores intelectuales han seguido fraguando, desde territorio norteamericano, todo tipo de agresión contra nuestro pueblo, tal como ha denunciado en estos días el Comandante en Jefe Fidel Castro.
¡Ah¡, olvidaba terminar de contarles sobre la pesadilla de Rodovaldo. Según él, al despertar muy agitado, le comentó a la esposa: estaba soñando que nos atacaban, a lo que su compañera expresó, pues no es que lo soñaras, sino que nos están atacando de verdad.